El taller
El batallón de palabras emanadas de mi mente, no pasan de ese muro que marca la monotonía de vivir enfocado en una realidad, inerte. La guerra de escribir algo inspirador, heridas sin cicatrizar, recuerdos arcanos, cuervos que revolotean buscando vida, poner una huella en un cuerpo de poema. No puedo hacer que las palabras fluyan espontáneamente, sacadas de la esencia del alma caída del cielo, quiero hacerlo y no puedo. Quizá no sea este mi sino, puede que sea como el resto, jugar hasta aburrirme para luego anclarme en la cordura y la autoridad moral. Sin buscar un punto de vista propio, diferente, sin criticar las ideas que heredamos por tradición social o familiar. Es difícil parir palabras preñadas de inspiración ¿será una necesidad pasajera? Lo que si se, es que soy adicto de esta droga escrita, aunque ya no me coloquen como antes sus caladas, me ayuda a olvidar mis demonios. Intento escribir algo en mi ordenador, llego a relatar esta estrofa sin sentido, nada de valor para mí por su efecto efímero. Infinitas barreras marcan el límite de mi subconsciente. A pesar de estas palabras sin animo poético, en el fondo hay una fuerza natural propia del hombre que llena lo vació, la voluntad.
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